sábado, 22 de octubre de 2011

Ciencias

Paciencia, la ciencia de la paz. Necesaria para alcanzar logros a largo plazo, aguantando cada obstáculo, para esperar a que lleguen los momentos oportunos... Pero un esperar con sentido de esperanza, no de quietud e indolencia, no el esperar en los bancos del andén mientras se teje la bufanda del destino.
Urgencia... la ciencia que urge, la necesidad de lo inmediato, la saciedad del deseo visceral e instintivo. Urgir... pero sin rugir, sin ser del todo animal, sólo saber aprovechar ese sentido de la supervivencia que la evolución por algo dejó en nuestros rasgos.
A lo largo de la vida, la paciencia es fundamental para hilar las tramas del destino y descubrir los significados ocultos de lo inmediato. Nos da la sabiduría de saber disfrutar de las grandes recompensas que son hijas de grandes sueños, tras arduos trabajos o inversiones de años enteros. Pero en cada descanso del camino, el impulso yace como caramelos entre comidas, pequeñas motivaciones, como relojes que alertan sobre el paso del tiempo y la finitud de la vida.
Sin paciencia somos entes errantes, aprendices eternos, torpes marionetas de nuestros impulsos. Pero sin urgencias, somos armaduras caminantes con los sentidos disminuidos, sin abolladuras pero sin caricias, que se pierden - por seguir en su rumbo prescrito- de sacarle jugo a la naranja de la vida.

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