jueves, 20 de septiembre de 2007

Bruja


Tengo (ya lo escribí) un sentido especial para captar las emociones ajenas. Me es inevitable, por eso trato de comprender cómo sienten los demás, pero me equivoco varias veces. Charlando como tantas veces con mi amiga del alma sobre ésto, me dice: “no supongas: no pienses qué es lo que está pensando el otro, no concluyas qué es lo que el de al lado puntualmente siente, no trates de adivinar qué va a decir, cómo va a reaccionar. Porque es sólo eso, una suposición, no es la realidad".
Tiene razón. Yo misma alguna vez escribí que las impresiones que llegan a uno, son de uno mismo, no del emisor. Quizás nuestra cabeza es como un enorme tubo de ensayo, y nuestro método para determinar la información que se le agrega no es perfecto, a veces no tiene suficiente sensibilidad, otras posee interferencias. Y al interpretar al otro en realidad estamos poniendo nuestras creencias en el otro. Inconscientemente, por querer ver dejamos de ver.
Mi mamá me enseñó tantas veces los “mensajes corporales” en las clases de lengua, pero siempre concluía lo mismo: todo depende de quien lo reciba y cómo lo descifre. Sí, a la hora de expresarse vale casi todo. El silencio también. Pero éste confunde, porque es un espacio donde ni con las manos se puede exteriorizar. Es esquivo, es ambiguo, es intolerable para alguien que espera, e inevitable para quien quiere guardarse.
Para dejar de suponernos sólo basta con que expresemos claramente lo que se tiene dentro, así no permitimos que la bola de cristal empañe las visiones, ni la nebulosa de las dudas se quede en nuestro pensamiento, ni prejuzgar repercusiones, ni desgastar las relaciones con los demás. Pero a veces, no todo lo que emitimos es para todo el mundo por igual, o nos gana la cobardía, el laissez-passer, la comodidad. Y es posible también, por qué no, que un silencio sea sólo un silencio...

domingo, 2 de septiembre de 2007

Amaneceres


Y es así. Simplemente una mañana me levanté distinta, como si el sol fuera a esclarecer todos mis pensamientos, como aquellas noches que soñaba con algún problema de matemáticas, lo resolvía de dormida y al despertar decía: ¡era eso!
Y así, siguieron días en que me sentía rara, en mi propio cuerpo, en mi rutina… empecé a caminar en cámara lenta para fijarme en las cosas encantadoras que me rodean… sonriendo disimuladamente después de tanto tiempo y con tantas ganas. Cuando uno descubre que aún hay hermosas sorpresas, que dos manos y un par de ojos pueden eliminar del alma tristezas de todas magnitudes, que la belleza existe, pura y explícita en ese sublime sentimiento, se renace.
A la vez sentirme así me da pavor… por parecer extraña en mi propio cuerpo. Queriendo que las flores que planté en mi balcón sean perennes y no las marchiten los climas extremos, que el domingo no se pase, que el dulce de leche nunca falte en el pote. Camino en cámara lenta, pero me arriesgo. No voy a callar más mis primeras impresiones, las respuestas inmediatas, que responden a mi intuición y no me fallan.
Y es así. Simplemente esa mañana me dio su mejor regalo.