domingo, 9 de agosto de 2009

Revuelto gramajo


Por qué no veo lo que hay en mí. Será el miedo. Será la costumbre. Los años. Será que siempre necesité aprobaciones. Será que en mí conviven el arte y la ciencia como Dr. Jekyll y Mr. Hide. Me pregunto cuál de los dos tira más para vencer. Uff… tengo demasiadas cosas en la cabeza y demasiado pollo en mis intestinos, todo se revuelve.
Tal vez sólo quería saber si realmente era buena. Si tenía talento. Si de algo servía mis locas ideas y mis cuerdas vocales. ¿Te gusta mi voz? ¿Te gustan mis poesías? ¿Te gustan mis cuadros? ¿Cuán lejos puedo vivir con eso como medio? ¿Cuánto tira en mí la bohemia y cuánto la pueblerina atada a sus costumbres?
La lucha se batió toda la tarde en mi pecho bajo el sol. Pensaba… “mi propia profesora de lengua nunca me alentó a escribir, y admito, nunca me leyó. Sólo sabía enseñarme una cosa: no hacer lo que ella hizo”. Y la inseguridad, junto a mi baja autoestima visual, y junto a mi exagerada confianza en que tenía la capacidad de estudiar más que otra cosa en la vida, me trajo hasta acá. Hasta un lugar donde no sé si quiero permanecer. ¿Es tarde ya?
Las inminentes canas se afloran por el cuero cabelludo, a pesar de mis rasgos de niña temerosa del destino. Y pienso que mis frustraciones en algún momento saldrán de mi pecho como las notas que aprendí de oído. Sí, todo de oído. Todo lo que me gusta lo aprendí sola. Los caminos que recorro me los abro con tan poca fe. Y no encuentro demasiadas respuestas. No puedo madurar, no consigo controlarme, y me aterra.
El debate interno prosigue. El desligue. El aceptar que no estoy sola, pero en el fondo lo estoy. Que nadie puede decidir por mí, que mis problemas no son todo sobre mi madre, sino por MI. ¿Por qué me ato tanto al dolor? Hay pérdidas que ya no sanarán… dejar de sentir culpa, eso necesito. Dejar de volar es algo que nunca consideré. Y no quiero pertenecer a otro mundo más que al de los amantes del jazz, del amor, y de las tortas de durazno y ciruela. No me interesa si no llego a tener un Mercedes o una casa en Funes Hills. No me importa.
Convivir con mi propia complejidad interna y mi cursilería es peor que tener diez críos gritando por la casa al mismo tiempo. Lazos emocionales que se rompen, o atan, decisiones apresuradas, puertas cerradas, ventanas abiertas… Hay una rebelde que intenta salir. Hay una ‘niña bien’ que intenta permanecer. Me pregunto si podré hacerles un trato, como los hombres lobos y los vampiros, de coexistir en paz. O una terminará matando a la otra.
De verdad, espero que ésto funcione.