jueves, 28 de diciembre de 2017

Cortar

Una de las cosas que más me gusta de donde vivo es el árbol que da al balcón. Me banco el ruido de estar cerca de planta baja, con colectivos y todo, por ese poquito de verdor entre las torres de concreto. Más aún cuando florece, vistiéndose de lila, es hermoso. Es un poco caprichoso en su figura, lo admito, pero es que le gusta el sol de la esquina y va a su encuentro.
A la mañana me desperté, me fui al trabajo, y lo miré como diciendo "hasta luego". Pero cuando volví ya no estaba: un tocón de madera a la mitad (posta, mitad) de su altura lo persistía. Ya nada de verde quedaba en el balcón, sólo el cemento, los ruidos, el calor de diciembre incipiente y algunas hojas caídas, lágrimas de celulosa y clorofila.
Me encuentro con un pibe que conocí hace algunos años, corriendo en una esquina. Casualidad, digo yo. Quedamos en tomar algo en unos días. Me molesta un poco la insistencia de los mensajes, siempre me pareció embustera. Pero la charla estuvo bien, duradera, con humor y todo.
El calor sin el árbol me mata, las plantas se me mueren en el balcón, me voy al pueblo escapando hacia el verde. Llega el vitel toné y los pan dulces con frutas, después el lemon champ, pega la nostalgia y las viejas heridas pican un poco en el lagrimal. Aún así le pongo onda y deslizo mensajes a la distancia. En esta etapa del flirteo uno espera los mensajes como coordinados por relojes suizos: muy pronto, en punto, muy tarde. Muy miércoles. Tan de pueblo que me duermo temprano, la tele es mala, los amigos están casados. Me desplomo en la cama simple sin ver el mensaje que veo al despertarme y que contesto con alegría. Respuesta que me contesta con rudeza... y luego deja de contestar.
Hay algo de esto parecido al suceso del árbol, no por cómo florece y es hermoso sino por lo que lo diferenció de otros árboles, que hizo que el señor de Parques y Paseos decida mutilarlo. Puedo intentar ver mil razones por las cuales se malinterpreta un mensaje, o unas ramas rebeldes. Pero ese no es el punto. Es el atajo evadiendo la explicación. Lo simple: se corta al medio y se clava el visto. ¡Cómo defender esos pensamientos! Tener que aguantar los silencios irreverentes, tener que esperar a que alguien decida por nuestro deseo, y se apodere de él, creyéndose dueño. No… No...
Eso no es más que falta de respeto a esa rama que hacía su esfuerzo para sobrevivir a las ráfagas de viento de la esquina, ese árbol que no estaba muerto, sino que pedía una oportunidad de crecer. Zas. Y normalizar que un flaco te pinte al óleo porque o malinterpreta, o interpreta bien pero no tiene cojones para decir lo que quiere. No hay nada peor en un chat de dos, que dos tildes azules; el silencio de un tocón de árbol que ya no puede defenderse.