martes, 11 de junio de 2019

Andate


"Andate, vos que podés y no  tenés pibes, mirá lo que es este país, se cae a pedazos porque los mamertos que lo gobiernan se roban todo”- me dicen los que la reman a diario entre pañales y trabajos mal pagos, escuelas privadas y resignando el asado, que me ven buscando laburo inexistente desde hace 6 meses. Supongo que tengo un dejo de adolescencia que las canas no tapan.
Cinco tipos de CV preparé: bilingües, para academia, para empresas, para empresas con I+D… definirse a uno mismo es tan ficticio, como si fuéramos papeles que completar. Y por más que les demuestre un inglés avanzado y una docena de cursos, no dejo de ser simple sudaca, una mujer del subdesarrollo tramitando su nuevo título para, tal vez, nada (en un CV en español no digo que soy doctora, a muchos poco les interesa un título con el que no puedas hacer prescripciones y que encima te lo tengan que pagar). Sumale, también, aguantar el patriarcado en la búsqueda de ciudadanía europea. Un quilombo y eones de espera de más papeles que me digan quién soy. Pero ¿soy todo esto que digo que soy?
Siempre quise irme a explorar el mundo, como cuando cantaba la canción de La Sirenita en la pileta. Entre todos los mails recibo una respuesta: me quieren para seguir en academia en el norte del mundo. Me evalúan una vez más, cartas de recomendaciones, presentaciones a becas, esperas. Me da escalofrío y náuseas imaginarlo, pero a la vez me gusta pensar que cinco años más sirvieron para algo. Así que me pongo a ocupar el tiempo en soñar despierta.
Lo malo son las pesadillas a la noche. Carteles que reclaman deudas, propuestas rechazadas por insuficiencia, papeles que se queman o vuelan en el viento. Sueño que estoy afuera pero atrapada en las redes sociales, tan lejos de lo que me hace bien, de mis querencias, mi vida, mi ciudad sudaca pero maravillosa. El sueño es el único que cree que puedo seguir igual, todo esto está cambiando y no puedo hacer nada. Amigas de la vida que se van a buscar otros rumbos, otras que emprenden el camino de la familia. Tal vez mi cuerpo no se quiera ir... en una semana y media pasó todo lo que no pasó en tres años.
 “Es una experiencia única, ¿mirá si no lo vas a hacer? Te vas a arrepentir cuando seas grande.  Dale, no perdés nada.”
¿De verdad pierdo nada? Como si los pasajes, la mudanza y el desarraigo, aunque temporal, fueran “detalles”. En las redes sociales vemos las caras contentas de los emigrantes paseando por ahí en lugares remotos y parece como si los tuviéramos al lado. Lo que ignoramos es que la mayoría de esas postales son selfies, que la cerveza es sin compartir, que la foto no es la mano, la piel, y no tiene tacto, ni olor. Si decido irme es nunca volver al punto original de partida al regresar, es empezar de nuevo otra vez. Ahora, justo ahora, que me veo en el abismo de decirle adiós a lo conocido, pienso en todo lo que construí acá. 
¿De verdad tantas ganas tenemos de irnos, o sólo nos creemos el cuento del césped más verde del jardín de enfrente? Concebir esta posibilidad argentina de estar buscando afuera, ¿nos deconstruye o nos rompe, literalmente? ¿Es buscar estabilidad o unas vacaciones un poco más duraderas?
Nunca dudé en irme de mi pueblo. Pero ahora, no sé si quiero pensarme lejos de esta ciudad, las juntadas, la familia. ¿Querés que vaya tipo 10? Ok, me cambio y llevo el postre.