jueves, 28 de febrero de 2008

Por las noches sin dormir

El insomnio se apodera de mí esta noche. Qué mal para mis sueños que hoy no cobran vida, mal para mis oídos que no se hunden en la almohada a escuchar los mensajes de mi inconsciente. Pocas veces me pasa esto.
El calor es tan agobiante que ni la oscuridad de mi cuarto lo aplaca. Saboreo algo improvisado con lo que encuentro en la heladera frente a la PC y miro el wallpaper. Un gran corazón alado, que me recuerda a un libro de mi infancia, cuarteado, con efecto vitreaux de un lienzo cereza. Quebrado, con insinuación de vulnerabilidad cristalina, poco translúcido, más bien contundente. Hecho de pedazos de rojo carmesí suturados por una línea negra.
Algo habrá pasado ahí adentro que no me deja dormir. Empiezo la rutina y me alejo de este verano inusual de doble viaje y despedida, de mar y montaña, de dulzura y temor. Algunas cosas son buenas mientras duran, otras no. Mucho tiene que ver un final con un comienzo. Bostezo y sigo matando el tiempo que le quito a mis sueños, llegará un punto de cuenta regresiva. Este corazón, que saca sus alas y se declara viajero, me deja con sabor amargo (sin querer mirar por el balcón).
No, no es por un sol que se escondió hace tiempo. Es una estrella que se prendió una noche de noviembre y se alimentó del calor. Pero está tan lejana y perdida entre otras que sin querer la confundo. A veces no nos damos cuenta que soñamos despiertos, que somos felices, hasta que no lo tenemos. Pero bueno, por lo menos aprendí que a veces se puede perder y ganar al mismo tiempo.