sábado, 7 de abril de 2018

Primeras veces parte I

Tengo la suerte de tener una vida llena de hacer cosas por primera vez. Primera risa, primeros pasos, primera bici, primera vez que manejé a larga distancia. Primera vez que viajo sola.
Qué emoción tan terrorífica: un equívoco y no hay a nadie a quien reclamar. Obviamente que ha pasado y por suerte no de gravedad; se aprende la humildad a la fuerza y riéndose de la estupidez propia y ajena. ¡Y sobreviví! A mis despistes y a los ojos de extraños que no entendían qué hacía caminando libre. Pobre de ellos.
Muy al contrario de lo que imaginaba, que un viaje solitario es un viaje hacia dentro, introspectivo, me sorprendió que el foco se movía hacia el nuevo lugar: mi mente por fin se calló para ver y escuchar todo lo que me ofrecía el presente. Colores, aromas, sonidos, intercambios de pensamientos; cosmogonías, culturas, idiomas y formas de interpretar esos idiomas. Una bomba de percepción estalló en mi cara sobre-estimulando mis sentidos, sin dejarme otra opción que fluir al ritmo de lo que acontecía, porque por más que lo planees, el viaje es una entidad con vida propia que desacomoda los límites y desparrama las fechas constantemente.
Para toda primera vez es mejor que te predispongas. En el proceso de salir de uno y sus conceptos se abandona cada átomo de lo conocido. Al volver, entonces, cuando se recupera la memoria, esos átomos se ordenan diferentemente y es imposible volver a lo mismo. Como un cambio epigenético impulsado por el ambiente. Y vienen las preguntas: ¿quién es el yo? ¿Qué lo define? ¿Existe un yo, realmente? La respuesta es infinita.
Lo repetiría una y mil veces. Me quedaría charlando horas y horas en el desayuno, a la cena, con quien me encanta, con quien aborrezco y con quien no comparto nada. Me saldría de mí y volvería formando espirales continuamente. Gasté lo que no tengo en materiales para ganar vivencias sin precio, comiendo arroz con sabor a sorpresas.
Esta primera vez que viajé sola, me di cuenta que nunca estaba realmente sola. No es aislarse, es abrirse a otros. Hay alguien nuevo en cada esquina para compartir la vida, somos un mar de individualidades buscando conectarnos a otros y al presente, adoptando acentos, mostrándonos, abrazándonos. Es increíble cómo la intuición aflora y los consejos pegan en la tecla, es como rodearse de adivinas y psíquicos que solo necesitan mirarse a los ojos para entenderse. Ahora no le encuentro sentido a preguntarse quién es el yo, porque no existimos separadamente de lo que nos rodea. Somos comunidad, somos tribu y naturaleza. Estoy en paz de saber que cuando uno viaja crea lazos nuevos, y si alguno viejo se pierde, es porque así debe ser; caminando transformamos, y caminar nos cambia. 
Estoy esperando ansiosa mi segunda primera vez.