sábado, 8 de marzo de 2008

La la la



A veces me pasa que cuando escucho una canción me es inevitable cantarla. Aunque sea en voz baja, sólo un pedacito. Cuando voy escuchando música con el celular mientras camino por la calle, debe ser muy gracioso mirarme porque me salen hasta caras de circunstancia, haciendo redobles o riffs en el aire. Tampoco puedo eludir ese meneo que se apodera de mi cuerpo al escuchar una samba, reggaeton o un poco de axé; mis caderas se escapan de control al vibrar los tambores... bailo por la calle, en las colectividades, en los festivales de danza, en cualquier lado. Si ya sé, debo parecer loca. Descubrí que en realidad lo que no puedo evitar es expresar libremente aquello que en verdad me gusta, que es parte de mi esencia. Me siento libre, no me importa que me estén mirando, en mi opinión no es hacer el ridículo cuando uno se apasiona. Y es más, veo que la gente suelta una sonrisa cuando me miran pavonearme alegremente, tarareando melodías, es un efecto contagioso. Mostrándome tal cual, así es como me siento bien. Y así debe ser todo el mundo con lo que más quiere y más le gusta. Sin importar que haya aguafiestas que lancen miradas “correctivas”, sin hacer caso a los que puedan decir “comportáte” o a los que pretenden silenciarte; quien frena estas inofensivas manifestaciones (aunque sea en su pensamiento) tiene el alma mufada. Ya lo dice una linda frase: baila como si nadie te estaría mirando, ama cada nueva vez como si nunca te habrían herido.