sábado, 27 de julio de 2013

El reloj biológico por las noches desespera

La biología y la psicología están jugando al ping pong en mi cabeza y no finaliza el partido. Acostada y tapada con todo lo que tenía para abrigarme -noches polares si las hay-, mirando al techo, un tic tac resonaba en mi cabeza, no dejándome dormir. Y no, no era el despertador, porque se me rompió hace meses. Me di cuénta de dónde provenía:

"El reloj biológico por las noches desespera"

Mi amiga experta en fertilidad asevera que después de los 30, la función reproductiva en la mujer cae cual proyectil desde la estratosfera al mar. Y yo estoy... ahí nomás de convertirme en paracaidista.
"Mierda, estoy al horno." Nunca lo había pensado. Tengo que hacer malabares como para que en menos de 5 años tenga lo necesario para traer hijos a la vida: laburo, techo, carro y marido. Porque sin carro no hay crío. Me siento presa del t1/2 de mis ovarios y de mi maldición con los hombres.
"Planificación express de la vida". 
A todo ésto, ¿los sueños quedan relegados en un rinconcito mental? ¿Eso es vida?
¿Terminaré jugando a The Sims? Capaz ahí me va mejor eh. ¡Y ahí sí que uno controla la velocidad relativa de su vida! 

Ya sé que no soy así. Que no me rijo por ese paradigma social. Soy feliz, pero no tanto, siento que la vida cambia y yo estoy siempre igual. Y la "Susanita interna" de vez en cuando aparece sacándome de la comodidad, me golpea en la nuca, y me dice "para lo demás hay tiempo. Pero la biología es la biología y no te espera".
La frazada no calma el frío en el pecho. La pucha, la camita bien sabe cuánto quiero que me abracen...
"Mierda, estoy al horno. Mierda, tengo que hacer algo."

En el fondo lo que me da miedo no es no seguir al rebaño... es apartarme demasiado de él y por ello, quedarme sola. No quiero dar manotazos de ahogado... quiero ser feliz. Pero no sola y jugando a The Sims. 

Tic tac tic tac...

viernes, 26 de abril de 2013

Bubbles

La mañana me encuentra años después de lo esperado, desprevenida e iluminada. Tarde, quizás, para revertir aquellos momentos donde la inmadurez y errados conceptos hicieron de mis caminos bifurcados un camino solitario. Pero los misterios de la vida son así, se revelan en el momento que no hemos de invocarlos.

La soledad es como la crisis económica del alma. Un apremiante detonador de miserias que impulsa al espíritu a moverse, a trascender. Creo que nadie sabe bien qué es lo que quiere sin antes transitarla, sin antes conocerse a sí mismo en un viaje introspectivo que nada tiene de bellos paisajes. Pero esta vez, más que ir hacia las profundidades, me escapé fuera de los límites corpóreos para verme en la distancia. Y allí la vislumbré, como una delgada monocapa, a mi burbuja.

Englobando todos mis preconceptos y creencias, mis gustos, pasiones y arrebatos, la burbuja asevera quién soy. Está perfecto, para alguien que se ha buscado siempre a sí misma, darse cuenta que en realidad siempre supo quién era. Miro alrededor, para tristemente confirmar que mi burbuja no es original (el concepto al menos). Pero pasa algo. La fina e invisible pompa que delimitaba mi ser frente a los demás, era la misma que impedía que alguien más entrara.

Hay un mágico momento en las vidas de las personas en los cuales las burbujas parecen estallar y a la vez volverse una... vivir ese momento de fusión es tan shockeante que asusta. Pero quién no quisiera sentir tal pulso de electronvolts, que te saca de vos mismo y te emplaza al mismo tiempo. Perderse en una ilusión compartida, reinventarse, explorar y dejar ser explorados, interna y externamente. Palpitar- electrizarse-palpitar.

Luego proviene la crisis de no saber si lo que uno era desapareció con la fusión o permanece en un rincón membranoso olvidado. Y se estira, se estira para volver a sentir más o menos lo que era. Y se da cuenta de que no. Y la duda crece. La duda no es mala, pero se puede mal usar; nos puede  aclarar... o detonar estragos. La fusión prosigue o desaparece...

Pero cada vez que dos burbujas se encuentran y se separan, dejan algo de sí y se llevan algo de la otra. No hay manera entonces de sentirse único... sin considerar todas las personas con quienes compartimos burbujas. En realidad entonces, la soledad es la espera y el motor que impulsa una nueva fusión.
¿Es cuestión de electrizarse un poco y dejarse fluir?



lunes, 22 de abril de 2013

La cosmogonía sólo es un cuento de fantasía con establishment... ¿Y si el Génesis se relatara así?

Dios había creado un paraíso, lleno de tantas frutas y flores, de bestias y minúsculos seres, como las estrellas  que sobre ellos brillaban. Las estrellas, pequeños agujeros que Dios con un punzón invisible había hecho en el manto de la noche, para que dejen pasar una luz tenue pero pura.
Pero Dios estaba solo en su trono sin nadie que lo reconociera. Las bestias no se percataban de su existencia, no se maravillaban frente a su creación, no le hablaban por las noches preguntándole sobre la esencia de las cosas.
Así fue que creó a la mujer. La hizo con la arcilla de los ríos furiosos y la suavidad de las flores de algodón. En su vientre un nido fecundo donde alojaría nueva vida, en sus pechos el alimento del amor. Le infundó la consciencia de que la rodeaba el milagro más maravilloso, que a su vez podía engendrarse en ella misma: la vida. La llamó Eva, la primera. A su imagen y gracia la creó.
Eva se paseaba por las praderas y los bosques, suave y gentil. Dios, que la pensó diferente al resto de los animales, le dio un regalo aún más preciado que el de la belleza: le dejó comer del Árbol del Conocimiento. Ahora Eva entendía y aprendía con facilidad el orden natural de este paraíso donde había sido felizmente colocada. Protegería la vida y su delicado balance, estaba más cerca de su creador, había adquirido el don de la palabra y ahora podría comunicarse con El.
Pero los días pasaban y Dios se percató de que su creación estaba incompleta. El vientre de Eva por sí mismo no engendraba. Entonces Dios, tomando dos de las costillas de Eva, creó al hombre, dejándole a ella su cintura  pronunciada como marca de esa escisión. Era el hombre quien fecundaría a Eva para dar más vida, quien la protegería y sería su compañero. Lo llamó Adán, el primero. Así Eva no estaría más sola.
Pero Dios le advirtió a Eva: "he creado a Adán para tu protección y compañia. Lo he creado viril y temerario, con músculos fuertes e inteligencia a tu semejanza. Pero no debes darle nunca de comer del Arbol del Conocimiento, pues su temperamento es inestable."
Eva al principio obedecía a Dios, manteniendo a Adán lejos del Árbol. Pasaban los días y ambos felices bajo el sol disfrutaban apaciblemente de la vida en el Paraíso. Pero Eva sabía cosas que Adán no, y tal situación le daba pena. Ella veía en sus ojos tanto amor que pensó: "la bondad en su semblante no puede originar males tan terribles". Y así fue que una tarde, aprovechando un descuido de su creador, que fingió estar mirando hacia otro rincón del Paraíso, dio a probar la manzana del Conocimiento a su amor eterno, para que así sean iguales en todo.
Pero las cosas no resultaron como ella pensaba. Adán tomó consciencia de lo grande del imperio de Dios, de sus riquezas y de lo que podía hacer con ellas. Sintióse dueño de aquel lugar, y no dudó en usar el Conocimiento recibido para su beneficio y ambición. Así fue que se autoproclamó rey de todo lo que habitaba allí y que sucumbiera a su fuerza y habilidad.
Dios al ver esto miró enojado a Eva, la cual yacía en el suelo contemplando el error que había cometido.
Dios había observado todo lo sucedido, no había sido descuidado sino que la había puesto a prueba.
Y Dios habló: "No puedo perdonaros. Deben dejar el Paraíso Eterno. Conocerán el dolor, las consecuencias de sus acciones, su vida será corta y sucumbirán al precio de su traición."
Y así fue que Adán y Eva cayeron en la Tierra. Adán siguió en su afán de conquistar toda cosa que cruzara su mirada. Eva fue sometida a los deseos de Adán, como castigo divino por darle de comer el fruto del Conocimiento.
Así entonces se cuenta cómo surgió el Pecado Original, que arrastraría consigo la humanidad por desobedecer a su creador.