lunes, 22 de abril de 2013

La cosmogonía sólo es un cuento de fantasía con establishment... ¿Y si el Génesis se relatara así?

Dios había creado un paraíso, lleno de tantas frutas y flores, de bestias y minúsculos seres, como las estrellas  que sobre ellos brillaban. Las estrellas, pequeños agujeros que Dios con un punzón invisible había hecho en el manto de la noche, para que dejen pasar una luz tenue pero pura.
Pero Dios estaba solo en su trono sin nadie que lo reconociera. Las bestias no se percataban de su existencia, no se maravillaban frente a su creación, no le hablaban por las noches preguntándole sobre la esencia de las cosas.
Así fue que creó a la mujer. La hizo con la arcilla de los ríos furiosos y la suavidad de las flores de algodón. En su vientre un nido fecundo donde alojaría nueva vida, en sus pechos el alimento del amor. Le infundó la consciencia de que la rodeaba el milagro más maravilloso, que a su vez podía engendrarse en ella misma: la vida. La llamó Eva, la primera. A su imagen y gracia la creó.
Eva se paseaba por las praderas y los bosques, suave y gentil. Dios, que la pensó diferente al resto de los animales, le dio un regalo aún más preciado que el de la belleza: le dejó comer del Árbol del Conocimiento. Ahora Eva entendía y aprendía con facilidad el orden natural de este paraíso donde había sido felizmente colocada. Protegería la vida y su delicado balance, estaba más cerca de su creador, había adquirido el don de la palabra y ahora podría comunicarse con El.
Pero los días pasaban y Dios se percató de que su creación estaba incompleta. El vientre de Eva por sí mismo no engendraba. Entonces Dios, tomando dos de las costillas de Eva, creó al hombre, dejándole a ella su cintura  pronunciada como marca de esa escisión. Era el hombre quien fecundaría a Eva para dar más vida, quien la protegería y sería su compañero. Lo llamó Adán, el primero. Así Eva no estaría más sola.
Pero Dios le advirtió a Eva: "he creado a Adán para tu protección y compañia. Lo he creado viril y temerario, con músculos fuertes e inteligencia a tu semejanza. Pero no debes darle nunca de comer del Arbol del Conocimiento, pues su temperamento es inestable."
Eva al principio obedecía a Dios, manteniendo a Adán lejos del Árbol. Pasaban los días y ambos felices bajo el sol disfrutaban apaciblemente de la vida en el Paraíso. Pero Eva sabía cosas que Adán no, y tal situación le daba pena. Ella veía en sus ojos tanto amor que pensó: "la bondad en su semblante no puede originar males tan terribles". Y así fue que una tarde, aprovechando un descuido de su creador, que fingió estar mirando hacia otro rincón del Paraíso, dio a probar la manzana del Conocimiento a su amor eterno, para que así sean iguales en todo.
Pero las cosas no resultaron como ella pensaba. Adán tomó consciencia de lo grande del imperio de Dios, de sus riquezas y de lo que podía hacer con ellas. Sintióse dueño de aquel lugar, y no dudó en usar el Conocimiento recibido para su beneficio y ambición. Así fue que se autoproclamó rey de todo lo que habitaba allí y que sucumbiera a su fuerza y habilidad.
Dios al ver esto miró enojado a Eva, la cual yacía en el suelo contemplando el error que había cometido.
Dios había observado todo lo sucedido, no había sido descuidado sino que la había puesto a prueba.
Y Dios habló: "No puedo perdonaros. Deben dejar el Paraíso Eterno. Conocerán el dolor, las consecuencias de sus acciones, su vida será corta y sucumbirán al precio de su traición."
Y así fue que Adán y Eva cayeron en la Tierra. Adán siguió en su afán de conquistar toda cosa que cruzara su mirada. Eva fue sometida a los deseos de Adán, como castigo divino por darle de comer el fruto del Conocimiento.
Así entonces se cuenta cómo surgió el Pecado Original, que arrastraría consigo la humanidad por desobedecer a su creador.

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