martes, 21 de febrero de 2012

CLICKChé

Ayer soñé algo muy bizarro, y lo cuento tal cual, a pesar de que no es muy original como entrada de un post pero me quedé perpleja de lo -aparentemente- largo y detallado del sueño.
 Divagué que el mundo caía otra vez en un período oscuro, como si se entreverara el medioevo, la segunda guerra mundial, la guerra fría, y los '70 latinoamericanos. Un cliché.
La luz era bastante débil, la tapaba espesas nubes y una garúa blanca. Sabía que nos estaban dejando sin voz ni voto, nos volvían superficiales y consumistas. Y no podíamos escribir ni en borradores de word pad nuestros pensamientos más sinceros, porque con la excusa de "te bajaste una película/libro/canción sin permiso del autor" podían infiltrarse en tu disco rígido y averiguarte hasta el día que menstruaste. Y si te agarraban... los juicios, como tantos en la vida real, en el sueño también eran injustos.
Afuera todo se veía sospechosamente tranquilo. Pululaban carteles de gente que comía hamburguesas felices, y compraba tecnologías cada vez más caras e importadas. Las propagandas de la tele mostraban al presidente de turno conferenciando sobre la importancia de sentirnos patria. Se desperdigaban rumores de guerras biológicas en África y Oriente, quizás algunas pruebas nucleares en el desierto de Atacama, pero nada importante, estaban lejos (y Chile... bueno, esos malos vecinos, qué poco importaba). Pero, por las dudas, no había que salir del país si amenazaba un brote de H5N6, o debía quedarse en casa con barbijos y en cuarentena si alguno se pescaba la "fiebre del cucero portugués". No importaba, en la tele resucitaban los programas al estilo "Aquellos años felices" para entretenerse, como postales de los '90 - post-convertibilidad, cuando comprábamos oro y viajábamos a Disney. Otra vez Carlín Calvo, Son de 10, y Ritmo de la Noche...
Adentro, yo y mi mente inquieta. No había lugar para nada más. Y venían el miedo y la paranoia a golpearnos la puerta. Intentando recordar lo poco que leí historia (y lo poco que recuerdo de ella, cosas tan básicas: Ana Frank, la Noche de los Lápices, El nombre de la Rosa); rogando que no mutilaran la construcción de ésta, la mía. Mi mente, intentando sostener el silencio, manejando un código de correspondencia entre gente de confianza; sabiendo que mi memoria nunca iba a ser mejor que los 4 GB del pen drive escondido bajo un azulejo del baño. No guardaba fotos allí, obviamente; las fotos estaban para poner en la red social y aparentar ser normal. Algunas redes las tuve que dar de baja, sus políticas de privacidad no eran muy "privadas" que digamos. No, no, allí tenía todo tipo de escritos; mis pensamientos más radicales. "Los gobiernos que reprimen a la revolución del saber, son como enfermos que quieren curar su tos ahorcándose a sí mismos".
Ahora nos decían "los piratas virtuales" (original mi narrativa onírica ¿no?). Atentábamos contra la propiedad intelectual, el copyright y blablabla... cuando en realidad, lo que escribíamos o pensábamos era muy nuestro. Como pasó antaño, el target era intelectuales o universitarios de poco sueldo, y con ganas de encontrar una forma de convivir en el mundo sin terminar de asfixiarlo, aspirando a materializar la utopía del conocimiento universal, gratuito y objetivo.
Procuraban callarnos, pero ya habíamos comprendido la historia. Ya sabíamos que los hombres mueren, pero la humanidad persiste aún bajo los yugos del despotismo. Que era sólo cuestión de jugar apropiadamente a las escondidas, y aguardar, una década o dos, o tres... y quizás nuestros nietos lograrían ganar esta batalla invisible de la re-evolución humana... si no era demasiado tarde. Les contábamos a los pequeños en un "había una vez", acerca de un período en el que podíamos expresar todo lo que pensábamos, compartir libremente las opiniones, el arte visual y la música. Se podía, se podía no estar de acuerdo con un sistema que se transmutó en un trasto disfuncional.
 La historia estaba tan desparramada, por tantos lugares... que era imposible frenarla. Miraba el sol... era absurdo taparlo con la punta de un arma.

Y me desperté. -¡Era un sueño!- respiré aliviada.
Era... ¿era?