domingo, 3 de abril de 2011

Y ahora qué hago con estos 500 días.

Nunca me esperaba atardecer ese sábado mirando tus manos, con arena en la garganta a pesar de los mates, con alegría en los ojos a pesar de las noticias. Porque cuando al punto final de los finales no le siguen dos puntos suspensivos, sino un gran espacio, es desesperante. Escucho tu voz y me parece mentira, que estés ahí enfrente mío, en una suerte de despedida/bienvenida un tanto austera y sinsentido, y me hables de lo nuestro como se habla de la niñez: en tiempo pasado, con vestigios en el presente.
Nunca voy a saber si me amás, tal vez no como yo te amo, tal vez como nadie alguna vez amó. Es tan triste que puede hacer llorar al libretista de Cinema Paradiso, y sin embargo no hay lágrima en mí, por algo que no empieza ni acaba. Sin culpa no hay pecado, ¿cómo puedo sentir enojo y dulzura a la vez, mirando tus ojos vespertinos? De tu relato muchas cosas se me han confundido, pero de algo estoy segura: de tu abrazo verdadero cuando el ocaso hacía sombra en nuestro destino, de que el tiempo no levantó muros entre tus brazos y los míos.
Tal vez sigas tu camino sin preguntarte dónde te lleva, y te aferres a él porque sabés de dónde viene. Y las dudas te acompañen en cada bifurcación que encuentres, como los carteles sobre la ruta. Puedo ser la persona más comprensible del planeta, diciéndote que has elegido bien, que pronto tendrás lo que querés, que ya vas a ver, lo nuestro se olvida. O puedo ser despiadada y ofensiva, decirte que te equivocas, que amor no es compañía, que por algo te preguntas cómo habría sido conmigo, que aún después de un año nuestra piel es ceniza ardida, y ante el menor chispazo vuelve a sentirse intacta.
Siempre tuve presente que nos hemos tenido presente, en los pensamientos muchas veces, otros tantos en verdaderos llamados. Te estuve necesitando, me estuviste extrañando, yo quería desahogarme, vos querías escucharme, y terminamos al revés. Y tal vez nada logre aclararse a pesar de las horas conversadas, y esta sea nuestra manera de ser, compartida antes que vaciar nuestras vidas.
Nunca pensé que iba a mirarte dormir, una vez más, con gusto a cariño en los labios, con tibieza de adiós en el pecho, con aroma a amanecer de domingo. Cada vez me encuentro con más sentimientos complejos, más grises que blancos y negros. Y preguntas como por qué lo hice, o para qué, tienen una simple respuesta: porque te quiero, simplemente para quererte un día más.
Por qué o para qué lo hiciste, no lo puedo adivinar...

2 comentarios:

el condimentador dijo...

Hermoso... Me siento muy dentro de ese relato, pero desde el otro lado. Tal vez la que a mi me eligió por un ultimo día hace unos meses, se haya sentido como vos, aunque no se si sepa que quien debe partir no puede posponerlo demasiado. Tal vez no sea tu caso el mismo que el de los ojos que tuve enfrente, ojos invitados a ver el mundo junto a los míos, ojos que mostraron no mirar mas lejos que el reflejo de un espejo... Probablemente no sea tu caso, aunque tu relato me traiga alguna memoria que no puedo clasificar.

JHR dijo...

Mi caso fue más simple que este relato, muy a mi pesar... el que se fue, era el mismo que sólo podía ver sus ojos reflejados en el espejo. Porque quería sentirse seguro en un puerto, y de vez en cuando salir a navegar conmigo, ya que según el mi barco estaba lleno de sueños e ideas nuevas... pero yo no puedo dejar de mirar al mundo con el romance que me caracteriza.