"Faustina quiere escribir un cuento. Uno que no tenga finales, uno que haga sentir a uno despierto, viviendo, gritando. Primero, piensa, debe tener condimentos. Como una buena receta de cocina, un cuento no puede ser más simple que eso. Y comienza: érase una vez..."
No. Es muy cliché. De nuevo.
"Faustina se deja abordar por la imaginación, y escupe un párrafo errante:
El río está meciéndose al compás de los sauces que bailan en el viento, los pescadores esperan tiesos, los botes pasan de lejos, y yo me quedo mirando el puente con los autos que van y vienen. Todo parece un gran cuadro viviente, porque yo sólo miro. No soy bote que navega, no soy rama que se mece, no soy pez ni soy carnada, sólo una niña tiesa al borde del marco."
Olga piensa en Faustina y su sentimiento. Olga tiene tanta poesía dentro, peleando por salir -no consiguiéndolo-. Se mira los dedos, se toca el entrecejo, escucha el silencio, se reconoce en esas líneas, se le cae una lágrima, hace un bollo la hoja y se tiende sobre la cama.
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