lunes, 18 de enero de 2010

Vortex y cócteles

Esta sensación de vacío, esta inexorable soledad a la que me enfrento en una contienda cada día, esta ironía del apego material y el sentimiento que algún día se termina, ¿es mío o es de la sociedad? ¿Acaso se corresponde la amargura de mis noches con miles y miles de noctámbulos que buscan sin cesar? Estar al borde de un precipicio y a la vez con una vida por delante. Mirar tu reflejo en las vidrieras mientras hay un niño mendigo al lado del escaparate. Vivir en un hormiguero de personas teniendo tan pocas con quien relacionarse. Sentir que ningún vínculo es duradero, que el hombre es farsante, que la gente es embustera, que no vale la pena sufrir. Vivimos drogados con la ilusión del goce perpetuo. Tapando las faltas, haciendo que no existan las cargas, evitando lo desagradable. Huyendo. ¿De los otros? De nosotros mismos. Una cosa es buscar el bienestar, otra el escapismo. La sensación de vacío curiosamente se encuentra con la de intolerancia. Y también con la ansiedad. Y juntas engendran la angustia. Y la de satisfacción se encuentra con la alegría del otro, y juntas engendran la ilusión, y su hermano el emprendimiento. A veces nuestros abuelos, con sus vidas manipuladas por órdenes sociales anticuados, nos enseñan más con su vida que cualquier enciclopedia. La cuestión es ligarse a las cosas más sencillas... que son la excentricidad última y la necesidad primera. No se siente uno incompleto después...

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